Documento originario de la iniciativa "UNA VIDA, UNA ESPERANZA"
"La Iglesia militante acude a la llamada del Papa JUAN PABLO II"
UNA VIDA, UNA ESPERANZA
"A todos los miembros de la Iglesia, pueblo de la vida y para la vida, dirijo mi más apremiante invitación para que, juntos, podamos ofrecer a este mundo nuestro nuevos signos de esperanza, trabajando para que aumenten la justicia y la solidaridad y se afiance una nueva cultura de la vida humana, para la edificación de una auténtica civilización de la verdad y del amor" (Juan Pablo II, Evangelium vitae, 6).
Han pasado siete años desde que el Papa formulara esta invitación, y veinte desde la primera visita de su Santidad a España; los mismos que el próximo año cumplirá la ley que el Gobierno socialista promulgó para posibilitar unos cauces que permitieran el aborto al amparo de la Constitución vigente. Ello fue posible porque nuestra Carta Magna no reconoce derecho alguno al no-nacido desde el momento mismo de su concepción, como recoge la sentencia del Tribunal Constitucional de fecha 11 de Abril de 1985, ante el recurso previo de inconstitucionalidad contra el "Proyecto de Ley Orgánica de Reforma del artículo 417 bis CP", presentado el 2 de Diciembre de 1983. Se hace, pues, urgente y necesario corregir esta situación mediante el procedimiento que la misma Constitución establece en el artículo 87.3, a través de la iniciativa popular, puesto que los distintos Gobiernos, tanto estatales como autonómicos no han tomado medidas en este sentido, estando capacitados para ello. Antes al contrario, en el Parlamento Europeo, a través de su Departamento de Desarrollo, se intenta hacer prosperar el informe Sandbaek, según el cual se obligaría de forma indirecta a todos los habitantes de los Estados Miembros, a aceptar la legislación en materia de aborto propuesta desde la Unión Europea, aunque éste sea considerado ilegal en su legislación nacional.
Como hijo de la Iglesia de Cristo, a la que su Vicario apela de forma apremiante para trabajar en el establecimiento y consolidación de una nueva cultura de la vida humana, deseo expresar mi intención de promover una campaña de recogida de firmas para solicitar al Gobierno Español una revisión del texto constitucional, que hoy ampara el asesinato de niños en el seno de sus madres.
"¿Qué has hecho? -le dijo Dios-. La voz de la sangre de tu hermano está clamando a Mí desde la tierra" (Génesis 4,10).
La voz de estos santos inocentes tampoco deja de clamar en mi conciencia, y me impide contemplar con resignación la realidad de una sociedad cruel y egoísta, que prima el bienestar del poderoso y condena la esperanza del indefenso, que no se atreve a proteger al ser humano más desamparado, ni a utilizar aquellos medios de que disponemos para promover una respuesta social que evite seguir manteniendo esta injusticia.
No puedo lavarme las manos como Pilato y proclamar que "soy inocente de esta sangre; allá vosotros" (Mateo 27,24), los que participáis en ello de una manera o de otra. Porque mi silencio y mi indiferencia también son cómplices de este crimen.
"Os anunciamos el mensaje que hemos oído a Jesucristo: Dios es luz sin ninguna oscuridad. Si decimos que estamos unidos a Él, mientras vivimos en la oscuridad, mentimos con palabras y obras. Pero si vivimos en la luz, lo mismo que Jesucristo está en la luz, entonces estamos unidos unos con otros y la sangre de su hijo Jesús nos limpia los pecados. Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y no somos sinceros. Pero si confesamos nuestros pecados, Él, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados y nos lavará los delitos. Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos mentiroso y no poseemos su palabra" (1 Juan 1,5-2,2; texto tomado de la liturgia de la palabra de la Misa propia del día 28 de diciembre, fiesta de los Santos Inocentes).
¿Pueden quedar olvidadas, por lejanas, aquellas palabras del Santo Padre a las familias cristianas, en la homilía de la misa multitudinaria, celebrada en la Plaza de Lima, en Madrid? "Pero hay otro aspecto, aún más grave y fundamental, que se refiere al amor conyugal como fuente de la vida: hablo del respeto absoluto a la vida humana, que ninguna persona o institución, privada o pública, puede ignorar. Por ello, quien negare la defensa a la persona humana más inocente y débil, a la persona humana ya concebida aunque todavía no nacida, cometería una gravísima violación del orden moral. Nunca se puede legitimar la muerte de un inocente. Se minaría el mismo fundamento de la sociedad" (homilía durante la Misa para las familias cristianas, 2 de noviembre de 1982).
Tras veinte años de oídos sordos a toda clase de iniciativas que promovieran estos valores, hemos minado, en efecto, los fundamentos de nuestra sociedad; y su descristianización camina a marchas forzadas. ¿Cuántos años más vamos a seguir caminando por estos senderos de iniquidad?
Puede que el próximo año el Santo Padre vuelva a visitar nuestra tierra; tierra de María. ¿No sería para él un motivo de gozo y esperanza que parte de este pueblo español pudiera recibirle presentándole un número suficiente de firmas que respaldaran una iniciativa en defensa de la vida, tantas veces exigida en su Magisterio? ¿No sería para nosotros una forma de agradecer a Juan Pablo II todo el bien que espiritualmente nos ha alcanzado, y su generosidad hacia la Iglesia en todo su Pontificado, especialmente en estos últimos años de esfuerzo heroico? ¿No sería una buena forma de corresponder al deseo que expresó en su primera visita a España, a la que acudió como Testigo de Esperanza? "Esforzaos por que las leyes y costumbres no vuelvan la espalda al sentido trascendente del hombre ni a los aspectos morales de la vida".
Por todo ello, invito a todos aquellos españoles que compartan estos deseos, a colaborar en esta iniciativa que, aunque expresada de forma particular, recoge, sin embargo, un sentimiento y una convicción muy extendida, sobre todo en grupos y personas comprometidos con la fe en Nuestro Señor Jesucristo, y puede ser constatado por cualquier observador atento a la realidad cotidiana, tantas veces -es verdad- dolorosamente silenciosa.
Soy consciente de que, si bien un grano de arena no hace una montaña, sin embargo la fe puede moverla, porque Cristo tiene poder para ello. Por eso pongo mi confianza en la oración, en este Año del Rosario, para que contemplando los misterios de la vida de Nuestro Salvador, con los ojos de María, Madre de la Iglesia, alcancemos todos los que pidamos por esta intención, la fortaleza que nos ayude a perseverar en ella, y poder verla un día hecha realidad y así dar gracias a Dios por habernos hecho hijos dignos de su gracia e instrumentos aptos de su Salvación.
Una vida, una esperanza. Contribuyamos a que no se apague la luz de ninguna vida; que todas puedan ser testigos de esperanza. Vidas que contribuirán a fundamentar los cimientos de esta nuestra sociedad y nos permitirán seguir escribiendo esa "historia de admirable fidelidad a la Iglesia y de servicio a la misma, escrita en empresas apostólicas y en tantas grandes figuras que renovaron esa Iglesia, fortalecieron su fe, la defendieron en momentos difíciles y le dieron nuevos hijos en enteros continentes" (discurso de Juan Pablo II a su llegada al aeropuerto de Barajas, el 31 de octubre de 1982).
Al Ángel Custodio de España y a San Abel, cuya fiesta celebra hoy la Iglesia, encomiendo especialmente el éxito de estas intenciones.
Fernando García Pallán
Sentmenat, 28 de diciembre de 2002, festividad de los Santos Inocentes y San Abel.
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